El smartphone se ha convertido en una especie de apéndice con el que todos salimos a la calle, algo que es fácil concluir con solo echar un vistazo a las personas con las que nos cruzamos. Porque, si bien ese móvil a veces está escondido en un bolso o en un bolsillo, en muchos otros casos está a la vista, en las manos de sus usuarios, que caminan mientras envían mensajes, ven redes sociales o se graban. Esta multitarea, además de contribuir a generar accidentes (ya en 2015 la DGT alertaba de que un 98% de los accidentes en los que el peatón es el culpable están provocados por el uso del móvil), tiene consecuencias sobre nuestra postura, atención y patrón de marcha.
En primer lugar, se produce un cambio en la postura corporal. Si pausamos un vídeo de una persona que está caminando y usando el teléfono a la vez, veremos un brazo flexionado y algo elevado sosteniendo el teléfono y la cabeza inclinada. Es decir, al sujetar el móvil, perdemos el braceo, ese balanceo de los brazos al andar. “El balanceo de los brazos es importante para ayudar a estabilizar el cuerpo y mejorar el equilibrio lateral al caminar”, señala Fernando Ramos, presidente de la Asociación Española de Fisioterapeutas (AEF). Este movimiento de los brazos contribuye también a una mayor eficiencia en la marcha y a un mejor uso de nuestra energía, por lo que dejar de hacerlo “podría reducir la estabilidad al caminar o dar como resultado estrategias de estabilización energéticamente costosas, como aumentar la activación de los músculos del tronco o ajustar el ancho del paso para aumentar la base de sustentación y controlar la mayor tendencia a la desviación lateral que nos genera el uso del dispositivo”, explica Ramos. Además, la posición del brazo, que está en contracción estática cuando debería estar a lo largo del cuerpo siguiendo el movimiento del braceo, provoca también una tensión extra y podemos acabar sufriendo dolores en el hombro.
La posición que adopta la cabeza tampoco es la más adecuada. “Esta postura se caracteriza por una posición adelantada de la cabeza, con una flexión pronunciada de nuestra columna cervical”, indica el presidente de la AEF. Caminar así hace que la musculatura del cuello y parte alta de la espalda sufra un estrés mecánico que no debería sufrir. “Para que nos hagamos una idea, cuando nuestro cuello está erguido y alineado con nuestro tronco, el peso de la cabeza supone en torno a 6-8 kilos en adultos, pero a medida que flexionamos el cuello, se incrementa el estrés que sufre nuestra región cervical hasta los 27 kilos que supondría mantener una flexión cervical de entre 50 y 60 grados”, expone Ramos.
Este cambio en la postura puede traducirse en dolores, tanto en la región craneocervical como en la zona del hombro y la cintura escapular. La posición de la cabeza, además, inclinada hacia abajo cuando nosotros caminamos hacia delante, “puede aumentar las variaciones de las señales sensoriales del sistema vestibular y/o visual para controlar el equilibrio durante la marcha”, indica el presidente de la AEF.
Lo que (no) vemos
Otra consecuencia clara de ese cambio de postura al caminar tiene que ver con lo que ven nuestros ojos. “Mirar constantemente la pantalla del teléfono mientras caminamos también puede causar fatiga visual”, explica Pilar Serra, catedrática de Fisioterapia en la Universitat de València. Si bien esto ocurre también cuando miramos el móvil estando quietos, cuando se simultanean uso del smartphone y marcha se puede producir fatiga de la acomodación o estrés visual, es decir, “una mayor dificultad de los ojos para cambiar el enfoque de una distancia cercana, como la pantalla de un teléfono, a una distancia más lejana, como el entorno circundante”. La experta señala que, tras un tiempo prolongado enfocados en una pantalla, los músculos ciliares del ojo pueden fatigarse. “Tardamos más tiempo en relajar la musculatura ocular y enfocar a distancia. Esto puede repercutir en la forma que nos adaptamos a los obstáculos o imprevistos del entorno”, apunta.
Pero no es solo que nuestros ojos estén fijos en una pantalla y no en la calle: la atención también se desvía, incluso cuando solo vamos hablando y no estamos mirando la pantalla. En 2010, un curioso estudio puso un payaso en un monociclo en el camino de los transeúntes; un 75 % de los que iban hablando por el móvil aseguraron no haberlo visto. Todo esto puede tener también sus efectos sobre cómo caminamos. “La atención desempeña un papel crucial en la coordinación y el control de la locomoción”, señala Serra. Más allá del riesgo de tropiezos, caídas o incluso atropellos (cruzar la calle mirando el móvil es causa de multa), “la atención dirigida a una tarea específica, como mirar el teléfono o leer, puede provocar cambios en el propio patrón de marcha; puede resultar en una marcha menos fluida, con pasos más cortos o irregulares, e inestables”. Es decir, todos estos cambios posturales que se ven en la foto fija, sumados a la falta de atención, se notan también en el modo de caminar cuando le damos al play.
Más despacio, pasos más cortos y anchos
Las investigaciones sobre cómo usar el móvil mientras caminamos afecta a ese patrón de marcha no son nuevas. En 2012, cuando la penetración de la banda ancha móvil andaba todavía por el 50%, se publicó en la revista Gait & Posture un estudio con un título muy claro: Los teléfonos móviles cambian el modo en el que caminamos. ¿Cómo? Caminar y enviar mensajes reducía la velocidad en un 33% (y caminar y hablar por teléfono en un 16%); además de aumentar la desviación (los participantes tenían que ir hacia un objetivo). Otros estudios han concluido que también se acortan los pasos o que son más anchos (para mantener mejor el equilibrio).
“La marcha humana está diseñada para ser energéticamente eficiente”, indica Pilar Serra. “Nuestro cuerpo utiliza patrones de movimiento y una secuencia específica de contracción muscular para minimizar el gasto de energía durante la locomoción. Pero si la modificamos, cargando pesos durante la marcha, por ejemplo, o si vamos fijando la atención en otros menesteres, sin darnos cuenta, la alteramos”, asegura.
Se ha investigado también si importa qué estamos haciendo exactamente con el móvil mientras caminamos y las conclusiones apuntan a que sí: cuanta más carga cognitiva tenga esa actividad que estamos realizando en el teléfono (escribir, leer algo sencillo o complejo, etc.), más se modificará nuestra marcha. Además, somos algo más lentos a la hora de reaccionar ante diversos estímulos o imprevistos. “Al concentrarnos en otra cosa, se puede reducir la conciencia situacional en relación con el entorno. Esto puede resultar en una respuesta más lenta a los cambios en el terreno o en la necesidad de ajustar la marcha en situaciones inesperadas, que, por otra parte, son tan habituales en una ciudad, repleta de transeúntes, y vehículos motorizados o no”, explica Serra.
Ninguno de estos cambios importaría demasiado si no hubiese consecuencias en forma de dolores, por un lado, y de accidentes, por otro. “El uso del móvil mientras caminamos incrementa significativamente el riesgo de caídas o accidentes en el entorno urbano, con datos alarmantes que relacionan el 7% de los atropellos con el uso de móviles y nos advierten que más del 50% de las personas colisionaron con algo o alguien mientras usaban el móvil”, señala Fernando Ramos, de la AEF.
Además, por si todo esto fuera poco, muchos de los beneficios de salir a caminar se diluyen si a ese paseo se le añade el manejo simultáneo del teléfono móvil. “El uso del móvil al caminar provoca un aumento del cortisol, la hormona relacionada con el estrés, influyendo negativamente en nuestro estado de ánimo y reduciendo los efectos positivos que tiene el caminar cuando lo hacemos para mantenernos físicamente activos y saludables”, indica Ramos.
La solución está clara: olvidar el móvil mientras caminamos para no convertirnos en smombies (de smartphone + zombi), neologismo nacido en Alemania (y que fue palabra del año allí en 2015) para referirse a las personas que caminan y miran el móvil a la vez. “Es recomendable practicar la conciencia plena al caminar y limitar el uso del teléfono móvil mientras se está en movimiento”, concluye Pilar Serra. No es imprescindible dejarlo en casa; con no sacarlo del bolso o bolsillo mientras andamos es suficiente.
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